La historia de los pantalones de cebra
Corría el año 2006, y yo había acabado la educación obligatoria en la que según yo, íbamos vestidos como tontas fotocopias, uniforme azul marino y gesto gris.
En los últimos años en aquel colegio religioso ya había surgido un cambio en mi, no iba a pasar por el aro. Me había percatado que por algún motivo yo no tenía las mismas inquietudes que mis compañeros lectivos.
Al principio me esforcé por no dar mucho la nota pero luego pasó lo inevitable. La incomodidad de fingir interés por cosas que en realizar no te importa una mierda no es algo llevadero.
Y por ello actualmente me cuesta mucho prestar atención cuando algo no comulga conmigo, no en el sentido de tiene que ser lo que yo pienso, si no que despierte un cierto interés más allá de lo vacío que resultan las conversaciones convencionales.
Pues bueno, la farsa duró un par de años después gracias a la radio, mi curiosidad, y el aula de informática, empecé a comulgar con el rock, pero claro el rock de aquellas era Bon jovi, U2, señores con una edad que bueno no resultaban ser del todo un consuelo. Pero de repente el punk me dió en la cara.
Y encontré en el una esencia muy poética, en mi joven mente, el punk era para los marginados, era hacer lo que querías sin que te importará el que dirán, era no todo tiene que ser perfecto, lo imperfecto también tiene un lugar, el hazlo tu mismo, el abre tu mente. Las chicas también hacen rock...
Me engatuso, recuerdo que por aquel entonces me sentía fuerte y valiente.
Durante los últimos años fie la pesadilla de algunas monjas, por mi comportamiento irreverente, pero yo creía en la revolución con cabeza, en decir a las monjas que no me gustaban las clases de religión, o que me parecía absurdo a que me obligaran a meterme la camisa por dentro.
No incendie el colegio, ni nada por el estilo, aunque para alguien tímido que se limita a pasar desapercibido para mi era como una revolución sexual.
Cuando dejé ese colegio infame, os juro que era realmente feliz, y ahora que me había encontrado a mi solo quedaba que encontrara más gente con la que confraternizar, y el instituto de artes, era el disneylandia para eso.
Desea poder hablar de música con gente que no torciera el gesto, hacer locuras, y no tener que pisar una de esas discotecas de tarde en la que un matadero es menos violento.
Quería tener largas charlas de como cambiar el mundo y revolucionar la tierra.
Lo cierto es que mi instituto estaba lleno de gente de todos los tipos, y había un grupo que yo notaba cierta afinidad por sus parches de grupos, sus pulseras de pinchos, su estilo irreverente y su actitud.
Hubo un día que por mera inspiración, orgulloso de mi mismo me vestí con los atuendos más pintorescos que pude, me pinté los ojos de azul, y me puso unos pantalones de cebra, creyendo que hasta el mismo David Bowie se sentiría honrado, por mi valentía y por ponerme lo que yo quería como yo quería.
Todas las miradas se clavaron en mi, pero la verdad es que me daba igual porque eso se trata el punk, de eso se trata ser uno mismo.Mi yo adolescente se expresaba y no hacía daño a nadie.
Al final del día, aquella gente que yo creía que me entendería fue la que mas se burló de mi.
Porque claro el estampado de leopardo sí, pero el de cebra no.
Quien regía lo que si o lo que no?
Me fui hundido para casa y decepcionado, el punk daba asco, porque era igual de elitista que cualquier otro grupo social.
Al igual que en mi colegio, aquella gente tenía su uniforme, sus ideas y su folleto aprendido al dedillo, incapaces de ver más allá de sus prejuicios.
Si os lo preguntáis, No, nunca hubo confraternización.
Y No, no me volví a poner esos pantalones jamás.
En los últimos años en aquel colegio religioso ya había surgido un cambio en mi, no iba a pasar por el aro. Me había percatado que por algún motivo yo no tenía las mismas inquietudes que mis compañeros lectivos.
Al principio me esforcé por no dar mucho la nota pero luego pasó lo inevitable. La incomodidad de fingir interés por cosas que en realizar no te importa una mierda no es algo llevadero.
Y por ello actualmente me cuesta mucho prestar atención cuando algo no comulga conmigo, no en el sentido de tiene que ser lo que yo pienso, si no que despierte un cierto interés más allá de lo vacío que resultan las conversaciones convencionales.
Pues bueno, la farsa duró un par de años después gracias a la radio, mi curiosidad, y el aula de informática, empecé a comulgar con el rock, pero claro el rock de aquellas era Bon jovi, U2, señores con una edad que bueno no resultaban ser del todo un consuelo. Pero de repente el punk me dió en la cara.
Y encontré en el una esencia muy poética, en mi joven mente, el punk era para los marginados, era hacer lo que querías sin que te importará el que dirán, era no todo tiene que ser perfecto, lo imperfecto también tiene un lugar, el hazlo tu mismo, el abre tu mente. Las chicas también hacen rock...
Me engatuso, recuerdo que por aquel entonces me sentía fuerte y valiente.
Durante los últimos años fie la pesadilla de algunas monjas, por mi comportamiento irreverente, pero yo creía en la revolución con cabeza, en decir a las monjas que no me gustaban las clases de religión, o que me parecía absurdo a que me obligaran a meterme la camisa por dentro.
No incendie el colegio, ni nada por el estilo, aunque para alguien tímido que se limita a pasar desapercibido para mi era como una revolución sexual.
Cuando dejé ese colegio infame, os juro que era realmente feliz, y ahora que me había encontrado a mi solo quedaba que encontrara más gente con la que confraternizar, y el instituto de artes, era el disneylandia para eso.
Desea poder hablar de música con gente que no torciera el gesto, hacer locuras, y no tener que pisar una de esas discotecas de tarde en la que un matadero es menos violento.
Quería tener largas charlas de como cambiar el mundo y revolucionar la tierra.
Lo cierto es que mi instituto estaba lleno de gente de todos los tipos, y había un grupo que yo notaba cierta afinidad por sus parches de grupos, sus pulseras de pinchos, su estilo irreverente y su actitud.
Hubo un día que por mera inspiración, orgulloso de mi mismo me vestí con los atuendos más pintorescos que pude, me pinté los ojos de azul, y me puso unos pantalones de cebra, creyendo que hasta el mismo David Bowie se sentiría honrado, por mi valentía y por ponerme lo que yo quería como yo quería.
Todas las miradas se clavaron en mi, pero la verdad es que me daba igual porque eso se trata el punk, de eso se trata ser uno mismo.Mi yo adolescente se expresaba y no hacía daño a nadie.
Al final del día, aquella gente que yo creía que me entendería fue la que mas se burló de mi.
Porque claro el estampado de leopardo sí, pero el de cebra no.
Quien regía lo que si o lo que no?
Me fui hundido para casa y decepcionado, el punk daba asco, porque era igual de elitista que cualquier otro grupo social.
Al igual que en mi colegio, aquella gente tenía su uniforme, sus ideas y su folleto aprendido al dedillo, incapaces de ver más allá de sus prejuicios.
Si os lo preguntáis, No, nunca hubo confraternización.
Y No, no me volví a poner esos pantalones jamás.
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