ACTO 4

Me notaba débil, era molesto porque llevaba días postrado en cama y sentía que me empezaba a aburrir de estar allí aletargado, pero cada vez que me levantaba de mi lecho, sentía como si algo me hubiera robado mi energía vital, caminar por los pasillos de casa resultaba una mala pesadilla, cada vez que comía entraba en tensión, por miedo a vomitar, pero si no comía las náuseas se aceleraban y eran más molestas.

No aguantaba más de cinco minutos en la cocina todo me olía fatal, todo me revolvía el estomago y los olores se me metían en el cerebro dándome un latigazo en el estomago.

Era difícil no estar desanimado, era difícil que este malestar no se metiera dentro de mi alma de forma agónica.

Hoy la verdad es que no tenía palabras de aliento o alguna frase esperanzadora a la par de sarcástica para acabar la entrada y que hubiera un remanso de paz en toda la frustración que escribo.

Hoy vengo sin nada a cuchillo descubierto quejumbroso, cansado, vencido, agotado de luchar contra mi propio cuerpo.

Llevaba bastantes días sufriendo en silencio que ya todo me parecía irreal, cada vez que mis compañeros de piso intentaban hablarme solo sentía ganas de vomitar y me iba con cara de pena diciéndoles que aún no me sentía bien, ellos asentían, si la verdad es que tienes mala cara.

Por algún motivo en mi mente todo esto lo traducía en imágenes subconscientes de yo caminando por un desierto, sintiendo como la ventisca de arena hacía que cada grano fuera un cuchillo en mi cara, las manos y los pies quemados, lo cual eso también me recordaba a cuando era una niña y fui descalza por las dunas de Corrubedo de excursión con el colegio, me queme tanto los pies que me sangraron, recuerdo ducharme en el hotel y sentir el escozor y la sangre diluyéndose con las arenas y a mi culpándome por ser tan tonta, porque siempre me tenía que pasar algo discordante que a nadie le pasaba, porque no podía ser normal, siempre tenía que liarla, porque no sabía comportarme, recuerdo que por vergüenza no se lo dije a nadie me puse los calcetines y los tenis con todo el dolor del mundo fingiendo que nada había pasado mientras cojeaba  levemente al caminar, recuerdo al volver intentar me quitar los calcetines pegados a las yagas de la suela del pie y los calcetines de algodón blanco cubiertos de sangre.

Pero esos sentimientos, ya no me acompañaban, ya no me culpaba, es verdad que la suerte no me suele acompañar pero lo sobrellevaba y por eso en mi mente yo seguía atravesando el desierto con arena en la boca sin apenas poder abrir los ojos, y las piernas medio hundidas entre arenas moviéndome despacio, demasiado lento, demasiado pesado, pero siguiendo la travesía.

Parecía que nunca se acababa pero siempre hay un momento en que todo se calma incluso cuando atraviesas una tormenta de arena en el desierto.

( Al final si hubo frase de ánimo, este positivismo va acabar conmigo).




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